Lo que da miedo, da miedo. El terror es un género universal que se alimenta de oscuridad, silencios y crujidos, de un rico acervo cultural y del subconsciente de cada cual para provocar su máximo logro: el grito, el salto. Y si en 1992 La mano que mece la cuna, protagonizada por la terrible niñera Peyton que encarnaba Rebecca de Mornay, conseguía ponerle los pelos de punta hasta a Herodes, una historia similar no tenía por qué quedarse atrás ahora, en 2025, 33 años después. Bajo esa premisa, Disney ha pensado, ¿por qué no repetir? Y así lo ha hecho.
Desde el 22 de octubre en Estados Unidos, bien cerca de Halloween, y a partir del 19 de noviembre en España y Latinoamérica, la nueva versión de La mano que mece la cuna —disponible en Hulu y Disney+— volverá a meter miedo a los padres y madres de este siglo XXI, y también a los que no lo son. Esta vez, el papel de la niñera lo toma Maika Monroe, una joven californiana (de hecho, nacida meses después del estreno de aquella primera película) que ha trabajado en la Independence Day de 2016 y la también terrorífica Longlegs, así como en la serie The Stranger. Se le unen Mary Elizabeth Winstead como la sufrida madre y Raúl Castillo como el poco espabilado padre, junto a las niñas Mileiah Vega (Emma) y las gemelas Lola y Nora Contreras (Josie).
Pero el fondo también cambia. El guion no lo firma solo Amanda Silver, como el original, sino que lo hace junto a Micah Bloomberg (creador de la serie Homecoming), que lo actualiza colocando a una familia latina en Los Ángeles (donde, al fin y al cabo, el 50% de su población es mexicana), rodeados ya de tecnología, poco útil en cualquier caso para dar con la manipuladora cuidadora. El director de la original, Curtis Hanson, falleció hace una década, y al frente del proyecto se pone entonces Michelle Garza Cervera, que a sus 38 años recién cumplidos y tras experimentar con el cine de terror (sobre todo con su alabada Huesera), encara su primer proyecto en Hollywood.
Cervera es una amante del terror y de destilarlo en todas sus formas, de las miradas hasta el gore más puro. Triunfó hace un par de años gracias a su primera y estremecedora película, Huesera, y ahora busca adaptar el éxito literario Mandíbula, de Mónica Ojeda. Pero entre tanto, Disney llamó y decidió beber los vientos de Hollywood, por lo menos, para probar.
Usted viene de proyectos muy de autor, de cortometrajes a películas como Huesera. ¿Cómo fue recibir este proyecto y la llamada de Disney?
La verdad es que me siento muy afortunada. Todo sucedió en gran parte por mi ópera prima, Huesera. Uno de los ejecutivos la vio y le gustó mucho, es amante del género. Tuvimos una conversación increíble, se nota que saben mucho de la construcción del horror, que es lo que más me gusta. Me invitaron a las oficinas de Disney para proyectarla y se abrió una vía de comunicación con ellos. Me compartieron que llevaban con la idea de un remake de La mano que mece la cuna desde hacía mucho tiempo, y que tenían ideas para hacerla. Me llegó un concepto y desde entonces empezamos a trabajar. Ha sido increíble, porque a pesar de ser un mundo diferente para mí, en inglés... la verdad es que a la hora de hacer el trabajo es lo mismo. Es el mismo proceso que siempre he trabajado en México, pero obviamente con muchas cosas diferentes, pero lo disfruté muchísimo.
¿Y qué hay de ese cine un poco indie en esta película de un gran estudio que va a llegar a todos los hogares? ¿Cómo fue esa diferencia a la hora de trabajar?
Obviamente cuando llegué me intimide un poco con Hollywood y todos los juguetes que tienen [risas]. Es una industria enorme, y no es que se sienta antigua, pero es que tienen décadas y décadas de procesos, y una llega aquí de un mundo muy diferente. Yo traté de enfocarme en lo que es mi trabajo, el trabajo de personajes, de narrativa, de puesta en cámara, todo lo que más amo, y ahí me sentí muy en casa. Fue muy intimidante y honestamente sí es un proceso muy diferente, porque yo antes había trabajado con guiones que yo había escrito, no solo desde el puesto de dirección, pero quería vivirlo. Me estaban invitando y aunque tenía varios proyectos en los que sigo trabajando, hubo algo, me dije: ‘Tengo que probarlo’. Muchas veces tenemos ideas [preconcebidas] de lo que es hacer una película de estudio, y yo tenía muchas ganas de pasar por ese proceso y la vida me puso eso enfrente.
La verdad, estoy muy agradecida del proyecto, muy orgullosa, y creo que a pesar de ser una película grande de estudio hay mucho de mí, de la manera en la que a mí me gusta narrar y me gusta construir. Es de lo que más orgullosa me siento, de lograr llevar muchos procesos que son muy particulares a como yo trabajo a esta película.
Sí, porque la película tiene muchas notas de autor, como la forma en la que las dos protagonistas están tratadas, sus paralelismos, los juegos de reflejos... Confiese: ¿buscaba que el espectador pasara miedo?
Sí [risas]. Me encanta lograr una atmósfera de tensión y de angustia, que te mantiene con una sensación de que en cualquier momento puede explotar la violencia. Siento que ese tipo de construcción da sensación de ir creciendo, es de lo que más rico me parece, y también complejo y muy delicado de construir en un thriller. Había hecho horror antes, entonces aquí eran elementos de thriller con herramientas del cine de horror, pero también poner a prueba cosas e ir haciendo experimentos. Me siento orgullosa cuando veo a las audiencias respondiendo a esos momentos de tensión, que a veces parece sutil, pero que por abajo tiene muchas cosas pasando. Me encantan esos momentos silenciosos en el cine, donde solo estás viendo la cara a un personaje que está callado y estás sintiendo todas las capas del personaje.
Porque usted pasa de momentos del todo sutiles hasta otros de género gore. ¿Cómo juega con ese arco del terror?
Me da mucha alegría que logramos construir. La verdad es que había muchos elementos, muchos símbolos alrededor, y creo que tuvimos el proceso con todo el equipo para poder cocinarlo y llegar a ese punto donde yo sentía que la película respondía y tenía su propio universo.
Como dice, ha estado en la dirección pero no en el guion, pero aun así, tiene toques. Por sus personajes latinos, esa piñata, esas niñas... ¿Ese punto latino ya venía desde Disney o también ha intervenido un poquito?
Tuve la suerte cuando me acerqué con la idea, con el concepto general; básicamente era tener a los personajes en áreas grises, no que no fueran como el bien y el mal, sino más bien una mezcla, un juego entre ambas. Ese era el reto. Después contrataron al gran escritor Micah Bloomberg y estuve presente desde la primera escritura del guion, dando notas, dando retroalimentación. Con él sí tuvimos mucha chance de trabajar y quise meter cosas latinas, opinión, como el hecho de ser latino desde Los Ángeles, como tener a tu familia todavía en México, como las capas de la herencia de violencia. Al final de cuentas, estas niñas son las que de cierta manera están absorbiendo esa violencia, hay un tema de cómo los ciclos de la violencia van avanzando. Y había algo muy interesante en meter un elemento de migración al respecto.
Ahora ya es una latina en Hollywood, sea o no su intención hacer carrera aquí. ¿Cómo la ha tratado la industria siendo latina? ¿Se ha sentido discriminada, protegida?
La verdad es que he escuchado a otros directores con experiencias bastante terroríficas de llegar a Hollywood, directores de habla hispana. Siento que tuve un proceso muy afortunado y creo que tiene que ver con las personas a mi alrededor. Me sentí rodeada de personas que tal vez han hecho muchas más películas que yo, pero como que en mi emoción de que solo es mi segunda película y la primera en Estados Unidos, se subieron a ese tren de curiosidad conmigo, de entender el proyecto.
Me sentí jugando con un equipo de personas a las que llevaba mucho tiempo admirando, con ilusión. Yo no sentí eso que luego se percibe mucho en Hollywood de que es un lugar cínico y solo por industria, sino un juego creativo, y creo que fui muy afortunada. Obviamente, hay muchas capas más después de hacer la película, que tienen que ver con las ventas, la distribución... Es enorme y es muy impresionante atestiguarlo, pero ya no es mi trabajo. Creo que lo que me tocaba hacer ya lo hice y el proceso de mi trabajo en sí fue muy afortunado y me sentí muy, muy bendecida en ese sentido.
Entonces, como mujer, joven y latina en Hollywood, se ha sentido querida y respetada por esa industria que es tan gigante.
La verdad es que sí, ha sido impresionante. Me sentí muy abrazada. También tuvimos un equipo de muchas mujeres. Hubo un momento en el que estábamos diseñando una gran pelea y estábamos la coordinadora de especialistas de acción, todas las especialistas, las actrices, yo... Puras mujeres en el set. Éramos como 12 mujeres diseñando una pelea. Y había muchas latinas y muchos latinos en el proyecto. Se escuchaba mucho español en el set de rodaje y eso es algo que también representa una ciudad como Los Ángeles, que es muy latina. Me gustó que sí sentí ese Los Ángeles, que es el real, que está lleno de español, también en mi set.
¿Le ha llenado esta experiencia, le gustaría repetir? ¿Mezclar su faceta de cine más independiente con el comercial?
Claro que sí. La verdad de que no tiene que ser una u otra. Fue genial tener esta experiencia, mantuve mucho de lo indie en esta película y me siento muy orgullosa. Pero siento responsabilidad por seguir narrando y haciendo cine desde mi país y en mi idioma... aunque tampoco me estoy cerrando las puertas. Lo que sí creo que ya no volvería a hacer es un remake. Ya jugué con eso y estuvo muy bien, pero siento que ya es hora de abrazar proyectos originales y cosas que estoy escribiendo yo, eh. Pero nunca sabes dónde va a saltar la liebre.